Por: ANDRÉS ESPINOSA FENWARTH
Cortesía Portafolio
Nunca antes en la historia republicana de nuestro país un político marxista de izquierda había generado tanto interés y sembrado tantas esperanzas para las desprestigiadas fuerzas socialistas, mal llamadas progresistas, como Gustavo Petro.
Su historial como guerrillero del M-19, su tránsito de la clandestinidad armada y subversiva a la arena política como activista de izquierda, opositor, y luego como parlamentario y candidato presidencial en tres ocasiones diferentes, acabó con el sueño socialista de una noche de verano.
Petro fue elegido mandatario con la mayor votación electoral de todos los tiempos. Inicialmente, Petro generó enormes expectativas entre sus correligionarios y algunos miembros del establecimiento, que errada e ingenuamente lo apoyaron, cuyo programa de gobierno incluía un acuerdo nacional que concitara todas las fuerzas vivas de la nación en torno a las reformas sociales fundamentales en tres ejes: la paz, la justicia social y la lucha contra el cambio climático. Con el objetivo de convertir a Colombia en «potencia mundial de la vida» . El cambio del modelo económico le apuntaba, en esencia, a la transformación de la economía extractora en una economía productiva. Nada de eso ocurrió.
Los primeros cuatro meses de la administración fueron aprovechados por los adultos en el gabinete ministerial (por cierto, salvo el director del DNP no queda ninguno), para movilizar las fuerzas del acuerdo nacional que lo acompañaban entonces, para aprobar una reforma tributaria recesiva que no le convenía al país, que no resolvía ninguno de las problemas, golpeaba a los empresarios y a la clase media.
La arrogancia y la pereza presidencial, el desgobierno, la inseguridad, la improvisación, la ausencia de un presidente que no actúa como jefe de Estado ni como comandante de las Fuerzas Armadas, sino como activista político en la oposición, que polariza sin mayor consideración por el sacrosanto principio constitucional del interés nacional, es la fuente de la mayor frustración para la izquierda colombiana, y podríamos añadir, de la región. Los pésimos resultados electorales en los comicios regionales del año pasado, cuyas secuelas dinamitaron los cimientos del Pacto Histórico-coalición de izquierda de partidos políticos y movimientos sociales impulsada por Petro-son fuente de recriminación, desilusión y rechazo por la forma como el mandatario maneja, de forma errática e impensada, las riendas políticas de la nación.
Los mercados- y el dólar reaccionaron favorablemente al confirmar que la aplanadora de la Casa de Ñariño no tenía gasolina ni conductor experimentado para adelantar las reformas sociales planteadas por Petro al inicio de su administración. Los empresarios también perdieron un poco el miedo al cambio, cuyas reformas sociales están condenadas a su archivo en el Congreso o a su caída en la Corte Constitucional.
Así las cosas, Petro se convierte en el enterrador de la izquierda colombiana.