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De las experiencias más difíciles que he tenido que afrontar en mi vida política, hay una que me parece especialmente dolorosa: el momento en que un proceso de paz se rompe y se frustra, por un largo período, la vía del diálogo.
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Corrían los últimos días del mandato del presidente Juan Manuel Santos. A pesar de los intentos por destruir el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc-EP, este había sobrevivido a la mentirosa campaña del No en el plebiscito, a los entrampamientos judiciales y a los primeros asesinatos de los firmantes de paz y, como en una carrera de obstáculos, había cruzado la meta el 24 de noviembre de 2016, cuando se firmó el Acuerdo Final. No obstante, otros dos procesos que se desarrollaban simultáneamente estaban en inminente peligro. El que se realizaba con el Eln, luego de establecer una mesa de negociación y el cese del fuego de 101 días, fue blanco de una pérfida campaña de falsas promesas que condujo al trágico desenlace del fin del alto al fuego, la ruptura de los diálogos, el cruento atentado contra los jóvenes cadetes de la Escuela de Policía General Santander y la traición del gobierno del presidente Iván Duque de protocolos que sometió a los países garantes a una situación difícil que, en el caso de Cuba, agravó el bloqueo económico de Estados Unidos.
He aprendido que la salida es mantener la prudencia ante los triunfos, pero sobre todo actuar con profunda convicción de que la paz es posible cuando los diálogos entran en crisis.
Se perdieron cuatro años, se recrudeció el conflicto armado, y el Eln duplicó el número de sus integrantes y presencia en el territorio nacional. De igual forma ocurrió con la clausura de los acercamientos con el ‘clan del Golfo’: la terminación de ese proceso de acogimiento a la justicia solo trajo más muerte a los territorios –especialmente de líderes y lideresas sociales– y el crecimiento nacional de esa organización.
Sé que esas circunstancias no han sido únicas. Por el testimonio de uno de los más importantes artífices de la paz en nuestro país, José Noé Ríos, conocí detalles de otro de esos muchos episodios. Aquel bajo el gobierno del presidente César Gaviria, cuando se puso fin a los diálogos de Caracas y Tlaxcala. «Nos vemos en 10.000 muertos» fue la frase con la que ‘Alfonso Cano’ premonitoriamente selló ese ciclo de conversaciones. En efecto, para desgracia del país, de esas frustraciones han quedado miles de muertos como consecuencia de la manipulación política, la soberbia y la mezquindad. En el vacío mortal que produce la ausencia de diálogo, la población vuelve a su usual estado de resignación, y hasta las conciencias más críticas se pliegan al retorno de la mentalidad de la guerra perpetua.
Frente a esa adversidad, he aprendido que la salida es mantener la prudencia ante los triunfos, pero sobre todo actuar con profunda convicción de que la paz es posible cuando los diálogos entran en crisis, redoblar los esfuerzos de paz frente al escepticismo generalizado, actuar con mayor decisión a su favor, así no sea la causa más popular. Comprender que el trabajo de la paz es permanente, en toda circunstancia, en los momentos de auge y de mayor tensión, en las buenas y en las malas. Comprender que la idea de que en esa búsqueda hay «fracasos» es falsa y que ningún sacrificio hecho por la paz es vano, exagerado o ingenuo. Que cada acuerdo firmado no es simplemente «un papel» sino el resultado de un ejercicio arduo de entendimiento que siempre parece imposible, que cada vida ahorrada por la vía de la suspensión de la máquina de la guerra es una victoria, que si no se llega a un acuerdo definitivo hoy, se debe preservar lo alcanzado para convertirlo en el punto de reanudación de futuros diálogos. Que mientras más fuerte sea la confrontación armada, más se requiere la negociación. Que la densidad de los miedos, las desconfianzas y los odios acumulados por décadas se supera con hechos de paz fehacientes, fruto de la perseverante búsqueda de ese objetivo, con el trabajo cotidiano que casi siempre requiere labores silenciosas y pacientes.
Solo así, con esa actitud estoica a la que no debemos renunciar, podremos superar esta etapa de nuestra prehistoria como sociedad.
Senador de la República

