Ex Secretario de Gobierno de Facatativá.
Fernán E. González González, sacerdote Jesuita y uno de los investigadores más reconocidos en Colombia, filósofo, teólogo, magister en Ciencia Política y especialista en historia política de Colombia y América Latina, en el libro Poder y Violencia en Colombia, publicado en el año 2014, al referirse sobre el papel de la guerra y la estructura agraria en la configuración del Estado en Iberoamérica y, por ende, de identidad de nación, se dieron fundamentalmente y con ocasión de guerras internacionales, en nuestra patria, cuyas únicas confrontaciones externas fueron con los españoles y Perú, la marcada diferencia son los incesantes conflictos internos, generadores de fraccionamientos entre las élites regionales y el nivel central.
En efecto, durante el siglo XIX en Colombia desde el año 1812, se libraron nueve guerras desde 1812 hasta 1895, que produjeron muerte, devastación y rencores entre diversos sectores de la sociedad. Al finalizar el siglo XIX, la Guerra de los Mil Días que se inició el 20 de octubre de 1899 por la baja de los precios internacionales del café, la ruina de los cultivadores (Tirado, 1988), los odios acumulados y la fragmentación política, dejó más de 150.000 muertos, múltiples victimizaciones, desempleo, mendicidad y la pérdida del departamento de Panamá en 1903. Los tratados de Neerlandia, Wisconsin y Liberia, dieron por terminado el conflicto.
La violencia política del siglo XX, se deriva, según varios historiadores, de los odios y deseos de venganza heredados por dicha guerra, así como de sucesivos hechos en donde el señalamiento, la estigmatización y la exclusión fueron los protagonistas entre las élites de los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, con los que azuzaban a sus respectivos seguidores en las ciudades y los campos, hasta encontrar su zenit en 1948 con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y la exacerbación de la confrontación. En 1953, las guerrillas liberales acuden al llamado de Gustavo Rojas Pinilla y deciden desmovilizarse. En 1956, el pacto de Benidorm facilita la caída de la dictadura militar y da paso a lo que se denominó el Frente Nacional.
La restricción a espacios democráticos, a la imposibilidad de transformaciones sociales para combatir la pobreza, llevar a cabo una reforma agraria que garantizara el acceso de campesinos a la propiedad de la tierra, a las contradicciones internas de los partidos, dieron lugar a la aparición de gamonales políticos clientelistas en las regiones, quienes apoyaban a grupos armados a favor de sus intereses electorales. En 1964 la Operación Soberanía desplegada por el ejército nacional para recuperar zonas tildadas, según el Senador de la época Álvaro Gómez Hurtado, de “repúblicas independientes, provocaron que 50 guerrilleros fundaran las Farc, una organización que a comienzos del siglo XXI contaran con más de 10.000 hombres y dominio territorial en varias regiones del país. Al final del siglo XX. se fundó el ELN –la guerrilla más antigua y anacrónica del mundo – y veintiocho movimientos guerrilleros más. Esto sin contar con el fenómeno del narcotráfico y la conformación de grupos paramilitares, ahora convertidos en los rastrojos, los urabeños o autodefensas gaitanistas.
En ese discurrir, múltiples procesos de diálogo se suscitaron, con la desmovilización del M-19, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, el Ejército Popular de Liberación, el Quintín Lame, varios grupos de paramilitares y las Farc. La violencia no cesa y el multicrímen es la expresión contemporánea de la que Colombia todavía es víctima.
El recicle del odio entre sectores de la sociedad, alentado por las élites y por el excremento que se arroja desde las redes sociales, indican que definitivamente la paz es la enemiga declarada.