Escritor y Ex Gobernador del Valle.
Cuando uno ve la situación en la que han terminado las fuerzas armadas constitucionales, incluyendo los soldados, policías, pilotos y marineros, no discute, prefiere irse a los resultados o, al menos, a la percepción ciudadana de por qué esas instituciones parecería que dejaron de prestar el servicio.
Y mucho más cuando constata la pérdida de la fe que los colombianos teníamos en los uniformados.
Ante los de la multitud, en causante de la evidente parálisis de esos organismos de seguridad, es el mismísimo gobernante de la República, o al menos, la ideología que dicen profesar.
El hecho de haber barrido con más de 50 generales subyugando el rol político, y el objeto social de los uniformados a obedecer a unos coroneles sin el mando piramidal, hace palpable la crisis. Y sí al mismo tiempo se les obliga a una tregua con las bandas armadas que se han ido tomando el país, el panorama se vuelve catastrófico para la población civil.
Todos sin excepción, nos vemos desesperados y cuando no, corriendo el riesgo de terminar obedeciendo a esas bandas o sometiéndonos al ordenamiento que ellas decreten en barrios y veredas en ciudades y campos del territorio nacional.