La soberbia es uno de esos sentimientos inherentes a la existencia del ser humano, el cual surge por un profundo egoísmo y de cierta idea de superioridad, las que a su vez se asocian con la vanidad y la arrogancia, es decir, carencia de humildad que impulsa a pensar que no se requiere de nadie para adoptar posturas o decisiones basadas en un supuesto conocimiento, así como la aceptación de las personas que coinciden con los criterios del que los emite. Tal superlativa percepción de sí mismo, conforme lo expone la psicología Fátima S. Franco, citada por Armando Forero (2023), tiene su origen en el orgullo. Es así que según la tradición judeo-cristiana, la soberbia es la que provoca la caída de Lucifer, al creerse mayor que el Creador. Herencia, perenne de la lucha entre el bien y el mal.
El estatus social, el poder o el resentimiento, suelen ser insumos básicos para que la práctica de este vicio incidente e el relacionamiento humano, prevalezca. La soberbia comporta al mismo tiempo imposición, al extremo que en muchas ocasiones acude a la violencia, para alcanzar propósitos previamente calculados. De hecho, Martha Nussbaum (2022), en su obra » Ciudades de la soberbia «, la considera como una de las causas del abuso sexual sistémico, el narciso y la masculinidad tóxica, con marcada tendencia en una sociedad patriarcal y machista.
En la dirección de equipos, empresas y del Estado, este vil sentimiento, que siempre cuenta con excusas inexcusable, conduce habitualmente a crisis sociales, económicas y de violencia, que se implantan como imprentas en la psiquis colectiva e, incluso, en la historia.
Por soberbia del Faraón, no obstante las solicitudes de Moisés el pueblos de Egipto debió soportar diez plagas hasta la muerte de todos sus primogénitos; la superioridad supuesta de la raza aria, de la cual estaba convencido Afolf Hitler, determinó aproximadamente 60 millones de víctimas en una de las confrontaciones más cruentas, entre ellas más de siete millones otros pueblos (United States Holocaust Memorial Museum, 2023)
En la actualidad la guerra desatad por Putin en contra de Ucrania, no sólo representa las víctimas humanas, el desplazamiento forzado, sino las consecuencias para la economía del planeta. Lo propio ocurre en Siria, Sudán, Etiopía y Colombia, nación está última que padece reiterados ciclos de violencia por la altivez de las élites, los grupo armados que en la práctica se constituyeron en otras élites, de buena parte de la diligencia política y de las clases emergentes.
El antídoto a tan nefasta compañía, naturalmente es la humildad, la que se adquiere a través del reconocimiento del otro como semejante independiente de las diferencias que existan, renunciar a los prejuicios y por esa vía, a la estigmatizaciones, tan comunes dentro de nuestro contexto, sin embargo, la disposición para la lucha, más si se trata de posturas divergentes, la cuales tienen la intención de aportar que de su condición de enemigos, como en diversas ocasiones son tachadas con fines manipuladores por quienes intentan el sanedrín del líder. Es de anotar que la gobernabilidad y las decisiones públicas adecuadas coherentes en gran medida a esta actitud.
Por diferentes análisis que se realizan, pareciera que la sintomatología del mal es evidente en el actual gobierno Nacional, pero que, de no acudir a las medidas terapéuticas anotadas, la catástrofe entonces está anunciada.